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790 kilómetros... y algunos más. Impresiones de un caminante santiaguero

Jose Angel ORMAZABAL

1. Primer paso

Me gustaba caminar y siempre había pensado que en algún momento haría el Camino. Aunque en coche, en 1993 recorrí con mi familia parte del Camino Francés. Pero la decisión de echarme a andar se la debo al tesón de mi amigo José Luis. Había enviudado poco antes, acababa de prejubilarme y eso también me animó a tomar la decisión.

2. Visitando al ‘criado’ y al ‘Señor’

Me estrené en mayo de 2008 haciendo el Camino Francés desde Roncesvalles a Santiago: 790 km. Ese mismo año hice parte del Camino del Norte (Irun – Laredo). En 2009, entre mayo y julio, Donostia – Fisterra por el Camino Vasco del interior, el Francés hasta León y de allí el Camino del Salvador, el Primitivo y el de Fisterra (o sea, unos mil kilómetros). En Asturias hay un dicho: “Quien va a Santiago y no va al Salvador, visita al criado y deja al Señor”. En esa última ocasión apliqué por primera vez el principio de que hay que comenzar a caminar desde tu mismo domicilio. La pasada primavera (2010) he hecho una parte del Camino Catalán desde Montserrat a Puente la Reina. (Mapas en www.gronze.com).

Quizá haya sido un caminante poco ortodoxo en lo que a preparación de rutas se refiere. No he utilizado prácticamente guías, salvo cuando he caminado solo o me he perdido. He caminado con comodidad gracias a amigos que se han ocupado de estudiar las etapas y los recorridos. Me he limitado a seguir las flechas. Eskerrik asko, moltes gracies.

3. ¿Delante, detrás o al lado?

En un albergue encontré un letrero que decía: “No camines delante de mi, no puedo seguirte. No camines detrás, no puedo ser tu guía. Camina a mi lado y seré tu amigo”.

Aun caminando con otros se puede encontrar la soledad. Como en la vida ordinaria, se puede estar rodeado de gente pero reservando un espacio propio o rodeado de personas y encontrarte solo.

No habría nada más contradictorio que pretender hacer el Camino encapsulado, ensimismado, encajonado dentro de uno mismo. No obstante, me tienta hacerlo algún día solo, abierto a compartir momentos con otras gentes.

4. El álbum de la memoria

Cielo raso, nubes, boira, orbayo, sirimiri, lluvia, sol... Sierras, grandes montañas, campos, llanuras interminables con unos arbolitos junto al camino que no terminan de crecer. Viejas calzadas, senderos, caminos sin horizonte en los que no vemos el pueblo deseado, que aparece al final en un agujero como tragado por la tierra, charcas complicadas, campo a través, ríos insalvables que piden descalzarse. Especial recuerdo de las Forcadas de San Antón después de Buiza de Gordón (León), un lugar cerca del cielo y la dura ruta de los Hospitales por la Sierra de Fonfaraón hasta Montefurado (Asturias), donde todavía quedan ruinas de dos hospitales.

Además de todo esto, y de las grandes catedrales, claro, las principales “fotos” que a uno le quedan en la cabeza tienen que ver más con los momentos vividos que con los lugares en sí. En mi caso, guardo impresiones especiales sobre la ermita de Santa María de Eunate (Navarra), Santa Cruz de la Serós, la Colegiata de Bolea (ambas en Huesca), las ruinas del Convento de San Antón entre Hontanas y Castrojeriz, la de San Nicolás cerca de Puente Fitero, estas dos en Burgos, el monumento soterrado de Santa Eulalia de Bóveda (Lugo), Santa Cristina de Lena (Asturias)...

Me han impactado ceremonias colectivas como el lavado de pies en la ermita de San Nicolás citada, las ceremonias en el convento de las Hermanas Carbajalas de León, la del albergue de Tosantos (Burgos), las vísperas del monasterio cisterciense de Santa María de Sobrado (A Coruña)...

Sta María de Eunate

Sta María de Eunate.

Imposible no acordarse de las fuentes, que son los mejores monumentos para el caminante, y de los cruceros que sirven de poyo para el descanso.

En general, me siento mucho más a gusto en aldeas que en ciudades, en pequeñas iglesias o ermitas que en grandes catedrales. Me gusta estar sentado en un banco de una pequeña iglesia solo o en compañía. “El silencio de las iglesias es su mejor música”, dijo alguien con razón.

Me impresionan los pueblos abandonados, paisajes desolados en donde es difícil encontrar alguna persona. Me impactó el pueblo semiderruido de Foncebadón (León). También aquellos que han sido sepultados bajo las aguas de pantano o embalse, como el de Salime (Asturias), y algún pueblo desalojado para nada como Ruesta (Zaragoza). Artieda, vigilante desde su atalaya, con sus piedras pintadas de azul, símbolo contra el recrecimiento de Yesa.

Y la experiencia de las lenguas que no entienden de fronteras administrativas: entre Lleida y Huesca, entre León y Galicia.

¡Hasta hay lugar para el absurdo! Por ejemplo, los azulejos-vieira que señalizan la ruta: en Galicia están colocados al revés a como están en Cantabria y Asturias; allí, la dirección correcta la marca la parte abierta de la concha, y aquí el punto cerrado. ¿Por qué? Nadie lo sabe.

5. El Camino

El Camino es como una microvida en la que suceden cosas rutinarias y extraordinarias, banales y fascinantes, como en el propio discurrir de la infancia a la vejez. La asistencia al trabajo queda sustituida por el caminar. Buena sustitución.

La última vez llevamos el itinerario en “pruebas de imprenta” de la guía que estaba preparando nuestro amigo Joan Fiol, y aprovechamos para hacer algunas actualizaciones en ruta. He pasado muchos años trabajando en publicaciones y de pronto, en el Camino, me sorprendió verme a mí mismo otra vez entre galeradas.

Convento de San Antón

Convento de San Antón.

En el Camino todos los días son distintos, esto también enriquece, cada día es una sorpresa con nuevas gentes, situaciones, ceremonias, monumentos, encuentros, albergues, vecinos de litera... A propósito de esto último: recuperas el antiguo hábito de acostarse pronto y levantarse temprano; como los animales o los monjes.

El Camino favorece la apertura a los demás. De pronto te encuentras contando algo a desconocidos que quizá nunca habías contado antes... ni siquiera a conocidos. Y también escuchando a otros caminantes que de la misma manera se abren a ti.

Las relaciones con la gente son enriquecedoras. Unas se van como vienen, otras nuevas aparecen, es un continuo ir y venir. Con algunas convives minutos, horas o días, con otras entablas una amistad que puede durar lo que el Camino o perdurar después durante cierto tiempo; y algunas creo... que para siempre.

6. La peregrinación va por dentro

Las bóvedas naturales formadas por la vegetación, la música de los pájaros, del agua de los ríos, las campanas, el silencio de las noches, los troncos como columnas; las montañas que, subido en ellas, tocas casi el cielo, el océano de Occidente, el sol saliendo y escondiéndose, el hablar contigo mismo y dialogar al mismo tiempo con lo que te rodea...

Es bonito caminar en tu soledad, con la compañía de tu propia sombra. De vez en cuando hablo con el autor de todo esto, se llame como se llame, otras me revelo contra todo y contra él. A las mañanas, caminando de nuevo solo, le pido perdón y le doy gracias por un nuevo día. Mi amiga Francesca hablaba casi a diario con el sol, el viento, la lluvia, etc. Todo eso te pone en contacto con algo que nos trasciende individualmente pero que a la vez está en nosotros. Quizá eso puede ser lo sagrado en un sentido amplio del Camino. Eso y el propio hecho de caminar.

El Camino nos enseña a avanzar con una mochila que lleva dentro lo justo y necesario. A veces la cargamos demasiado, con cosas superfluas, y entonces pesa. Es como la vida: ¡cuánto nos cuesta descargar la mochila pero qué necesario es!

Pienso en la sabiduría de los nómadas, que viven con muy poco y que caminan continuamente.

No hay que tener prisa por llegar, hay que disfrutar paso a paso. Lo leí en algún sitio: “Todo termina al llegar a la meta, lo esencial del peregrino está en el Camino”. Y cuando todo termina, a prepararse para la “reencarnación” desde el Camino de Santiago al camino de la vida. Al principio me siento extraño en mi propia cama. Para “adaptarme”, durante varios días dejo la mochila al pie de la misma y sigo vistiendo la ropa del Camino.

7. No hay espíritu sin chasis

He tenido la suerte de no pasar por estados físicos complicados. A veces algo en el cuerpo avisa que está ahí, pero nada más. He agradecido diariamente a mi cuerpo por su trabajo y su generosidad, recordando así una práctica de meditación. En la vida ordinaria tenemos tendencia a olvidarnos de él, pero en el Camino “ves” cómo reacciona con el cansancio, el dolor, el calor, la humedad... (¡el caminante sabe lo difícil que es quitarse la humedad del cuerpo después de varios días de lluvia!)

Algunas dolencias físicas habituales desaparecen por arte de birlibirloque. En ocasiones el cansancio hace que duermas al aire libre en plena naturaleza, es otro de los placeres.

Un detalle: cuando caminas perdido, el cansancio aumenta.

8. Para disfrutar

Compartir paisajes, amistad, problemas, cenas, almuerzos en las montañas, tertulias. Vivencias intensas, satisfacciones, alegrías, esfuerzos, contratiempos, sufrimiento, esperanza...

Empaparte de Naturaleza, conocer nuevos lugares y culturas. Gozar del día a día y de las pequeñas cosas.

Peregrinos, caminantes, lugareños, hospitaleros, etc. Observar la variedad del género humano.

Es muy gratificante hablar con la gente del campo, le gusta contar sus problemas y ser escuchada. El contacto con la gente de las pequeñas tiendas o los vendedores de las pequeñas camionetas que llegan a hacer sus ventas a los pueblos.

La hospitalidad, el ofrecimiento a entrar en domicilios de desconocidos, invitaciones a desayunar en alguna taberna. Lugares ocupados en otras épocas por temporeros convertidos en albergues gratuitos. Hospitaleras que te traen la cena de su casa. En algún establecimiento de varias estrellas nos reservaron un lugar diciendo: “No servimos, pero a vosotros no podemos deciros que no, os haremos un sitio”.

De vez en cuando algún homenaje para el estómago, dormir con sábanas o cortarte el pelo y la barba en una pequeña peluquería de aldea. Cosas habituales que en el Camino cobran otro sabor.

9. Para lamentar

Me llevo muy mal con los caminantes que en cuanto les saludas te ponen al día del “currículum” de sus pies (cuantas veces ha hecho este o aquel camino, etc.). También con aquellos que entran con exigencias en los albergues atendidos por hospitaleros que en algunos casos son voluntarios que invierten su tiempo en atender al caminante.

No me gusta hacer la mochila por las mañanas, a veces a oscuras y sin hacer ruido.

Caminos mal señalizados.

Las inclemencias del tiempo: el exceso de calor, combatido con un pañuelo mojado en la cabeza, y de lluvia.

Las grandes obras que irrumpen en el Camino y de pronto lo hacen desaparecer. El caminar por el asfalto, a la entrada y salida de las capitales, polígonos industriales, etc.

La falta de servicios, en muchos kilómetros no hay absolutamente nada, así como la escasez de agua. Algunos pequeños bares que no tienen de nada para comer: se comprende que no les apetezca cocinar, pero ¿es tan difícil disponer de jamón, chorizo, queso o unas latas?

10. A los nuevos caminantes

Tres cuestiones de principio: dejarse llevar; vivir cada momento; no juzgar a la gente.

Sobre la ruta: mejor hacer el Camino todo seguido, o en dos-tres tramos. Hay gente que lo hace en pequeñas etapas, pero creo que es más difícil desconectar.

Aspectos físicos:

Antes de iniciar es bueno caminar unos días, aunque mi amiga Maite dice que “el entrenamiento se hace en el propio Camino”.

Para mí, fundamental: a medio recorrido descansar, poner los pies al aire y cambiarse de calcetines. Me lo enseñó mi “maestro” del Camino.

Equipamiento:

Un buen calzado y unos buenos calcetines. Los pies son la herramienta del caminante. Controlar el peso de la mochila. No llevar bolsas de plástico, sacan mucho ruido. Llevar agua.

Libro de notas, no imprescindible pero interesante: facilita luego recordar situaciones, nombres de lugares, etc. (algunos hacen anotaciones gráficas, con dibujos). Máquina de fotos. El móvil sólo para emergencias.

Plan:

Diseñar el Camino evitando dormir en los lugares indicados por las guías; te ahorras aglomeraciones.

Controlar el número de kilómetros diarios (algunos arrancan con fuerza pero luego se agotan). El día que se hacen excesos, al siguiente se paga.

Hay varios sistemas y ritmos de andar: caminar toda la etapa por la mañana y descansar por la tarde; o hacer el recorrido, espaciadamente, a lo largo del día. Ojo, el Camino no es una competición: he visto gente que ha abandonado por empeñarse en seguir el ritmo de otro.

Me gusta el lema que creó mi amiga Judith: “slow camino”, el camino lento.

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De oca a oca... y de puente a puente...

Gracias José Luis, Alejandro, Judith, Fran, Luismi, Oihana, Javi, Cristina, Francesca, Manolo... y muchos más.

Bide on! ¡Bon camí! ¡Buen camino!

La opinión de los lectores:

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